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Imaginemos un instante que nuestra corporación sufra una caída de correo electrónico y que observamos el comportamiento de los empleados. Puede que uno comenté que aprovechó ese lapso de tiempo para tomar un café o incluso ir a dar un paseo por el parque cercano. Otros se pondrían quizás a charlar con el compañer@ de mesa hasta que se fuese restableciendo el servicio.

¿A parte de mostrar la dependencia que tiene nuestra empresa con el correo electrónico que podemos decir de la productividad de cada uno? Si nos quitan esa herramienta y dejamos de trabajar por ese motivo lo único que quizás estamos realmente haciendo en nuestro trabajo es añadir valor sobre el correo electrónico.

¿No es a menudo el correo electrónico un simple gestor de tareas? Empezamos por la mañana por el primero correo y acabamos el día con el buzón vacío en vez de filtrarlo por los correos más importantes primero y dejando la tarea de vaciarlo para los momentos menos productivos del día (al final de la tarde por ejemplo).

Un gran gestor de personas nos comentó hace poco que la puerta de su despacho siempre estaba (literalmente) abierta para comentar cualquier tema. Los únicos correos que aceptaba eran los que consolidaba el contenido de la conversación con un informe, análisis o un resumen pertinente.

¿Y si en ese ejercicio imaginario similar apagásemos otra herramienta critica del negocio que resultado tendríamos?

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