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No es tan difícil encontrar empresarios que innovan y desarrollan iniciativas empresariales alrededor de una buena idea o de un buen producto. Son un colectivo que arriesga su dinero, dedica su tiempo e invierte su ilusión para que el proyecto crezca y que un día transforme un día el mundo que nos rodea.

Después de superar obstáculos de toda índole la antesala del éxito es muchas veces la industrialización de ese servicio innovador: la capacidad que se debe desarrollar para que un servicio tecnológico tenga su canal de venta masivo, sea facturable, se pueda fabricar en cadena y tenga un soporte automatizado.

Una manera de lograr ese objetivo es apalancar ese proceso en una empresa con el tamaño suficiente como para carecer de lo que uno aporta con la innovación y buscar en una alianza con el fin de llegar a la comercialización y la industrialización deseada.

Ese movimiento tiene seguramente su punto de frustración debido a que las grandes empresas tienen juegos de poder indescifrables y la rigidez suficiente para que nos desgastemos en el camino.

Una manera de superar ese último escalón es volver al origen de nuestro proyecto emprendedor: el cliente. O en definitiva, abordar una empresa susceptible de industrializar  el servicio con un negocio en la mano, una masa crítica de clientes que ya facturan. Abre muchas puertas.

Un plan de negocio no es nunca lo mismo que un negocio.

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